Leer para ser libres

Columna de opinión del Plan de Lectura Jujuy

¿Por qué solemos decir que leer es un hábito perdido?


En los tiempos actuales, de constantes cambios, de neo-explosiones comunicativas, de avances tecnológicos, de informaciones inmediatas y abundancia de lectura, es paradójico hablar de “formar hábitos de lectura”.
Resuenan ecos que piden la formación del hábito lector para contribuir a la comprensión y producción de textos.
Si leemos nuestra realidad, observaremos que nuestros niños y adolescentes leen mucho más de lo que imaginamos; son capaces de transformar, comprender y producir textos inmediatos; bombardean el ciberespacio con preguntas y mensajes que han demandado reflexiones críticas, es decir tomar la palabra y darla a conocer –grandes estrategias del lector activo–.
La pregunta, ante esta realidad, es ¿por qué aún queremos formar un hábito lector si entendemos que hábito es aquello que se repite sin alteraciones y permite alcanzar un objetivo? Para formarnos como lectores, ¿necesitaremos establecer pautas, momentos y espacios para la lectura?
Recordemos la formación que había recibido el perro de Pavlov: ante el sonido de un timbre, debía realizar una determinada acción, por ejemplo, comer, es decir, ante un estímulo, una respuesta prevista. Tal vez debamos analizar nuestras propias rutinas: comer en los horarios “establecidos”, lavarnos los dientes, entre otras; hábitos éstos que nos permiten desenvolvernos en el mundo de manera eficaz pero sin reflexión alguna.
El diccionario de la Real Academia Española aclara que “hábito” es el modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originados por tendencias instintivas. Pensar en un hábito, entonces, es pensar en una acción mecánica reiterativa que demanda seguir determinados ritos y formas hasta llegar al automatismo de las acciones.
Intentar crear el “hábito de la lectura” cristaliza el placer por leer, la reflexión crítica y la intertextualidad, inhibe los sentidos necesarios para la práctica de la lectura, oscurece el asombro y obstaculiza el deseo por conocer.
Ponerse en contacto con los textos debe ser un acontecimiento único e irrepetible, una experiencia que se vive desde adentro hacia fuera, donde el lector y el texto tironean constantemente la construcción del sentido.
Ser lector es abrirse al mundo, darse, permitirse el contacto con otros ojos, otros labios, otras mentes, para que nos lean, para que nos leamos. De ahí la importancia de promover la lectura como una búsqueda personal hacia el placer y no hábitos de lectura, lecturas pautadas, repetitivas; porque, como sostiene Graciela Montes, “la historia de un lector se confunde con su vida; siempre estará aprendiendo a leer”.

No hay comentarios: