Leer para ser libres

Columna de opinión del Plan de Lectura Jujuy

Leer Teatro

El teatro enseña. No sólo muestra, denuncia o informa, sino que obliga a conocer más que a reconocer, aunque estas dos palabras terminen siendo una misma. El teatro nos da la posibilidad de leer en forma colectiva, y, aún así, la lectura (que parece destinada al silencio y al individualismo), desde el teatro produce un placer trascendente para las personas: el de compartir la lectura con otros, y, al mismo tiempo, desarrollar cada uno su propia lectura, a partir de lo que ve en una puesta en escena.
No se trata de buscar una puesta completa y acabada y pretender que los espectadores realicen una lectura igual a la de quienes representaban la obra.
El director y teórico teatral Peter Brook distingue entre “Teatro vivo” y “Teatro mortal”. El primero busca emocionar, hacer pensar, divertir, estimular, movilizar desde la acción al lector o espectador, mientras que el teatro mortal “es el que nos aburre irremediablemente, pero nos ha enseñado a respetar, porque eso es ir al teatro...”. Este tipo de teatro genera una parálisis emocional e intelectual del lector-espectador, lo que lleva a construir una lectura bien definida entre el “buen teatro” y el “teatro malo”. El buen teatro debe estar técnicamente bien realizado y su técnica dependerá de la poética de que se trate. Para caracterizar la poética hay que preguntarle al texto o espectáculo cómo está compuesto en sus diferentes niveles: fonológico: sonidos, léxico, palabras, acentuación, tonalidad, idiolecto (modo caracterizado de hablar del personaje, según la construcción social que éste posea); morfológico: procedimientos formales, la visión de director o del grupo que representará el texto; sintáctico: su estructura narrativa, el tema del que se habla y sus posibles puntos de vistas (social, cultural, moral, religioso, individual y colectivo); semántico: el sentido construido desde los realizadores, desde los lectores-espectadores y el construido entre ambos.
El “teatro malo” el que estupidiza a los espectadores, infunde autoritarismo sin un análisis crítico, inculca la intolerancia, no respeta los derechos humanos, se burla del más débil, no colabora con la formación de seres humanos reflexivos, sensibles, que producen y reciben placer por lo que leen o representan, obras que fomentan el arribismo y la corrupción, que disfrazan las trivialidades como verdades absolutas.
Debemos generar la conciencia de que tenemos derecho a tomar posiciones ideológicas que nos ayuden a construir en esta sociedad un verdadero placer por la lectura colectiva, volviéndonos críticos, capaces de debatir sobre los puntos coincidentes o comunes, y derecho a respetar nuestras diferencias.

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